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Hablemos

Nací a principios de los 80, lo que hizo que en mi infancia escuchase a los Electroduendes cantando “viva el divorcio” o viese a Freddie Mercury con una minifalta de cuero negra, pasando una aspiradora mientras entonaba “I want to break free”.

Hasta que fui a la universidad, viví con mi familia en un entorno rural. Esto me hizo entender los embarazos, partos, lactancias en los animales del entorno con una visión natural, que chocaba frontalmente con la realidad de la maternidad humana que observaba.

Durante mis primeros 34 años tuve claro que no quería ser madre: lo veía como un sacrificio a nivel de salud, y también laboral. Recuerdo decir “si mi madre se ha sacrificado tanto para que yo prospere, no quiero renunciar y que su esfuerzo sea en vano”.

Pero las circunstancias (y la terapia) me descubrieron la mentira que me estaba diciendo, los bloqueos que se escondían bajo un discurso que en realidad no decía lo que de verdad sentía.

Cuando logré mirar más allá y desbloquear, conecté con el deseo y estaba “que me preñaba encima”.

Con 35 años tuve a mi primer hijo, en una de las experiencias más ambivalentes de mi vida: la alegría de conocerlo por fin, de tener un parto vaginal como yo deseaba, y una lactancia exitosa, se oscurecía con la experiencia de haber sufrido violencia obstétrica en mi parto.

Desde ese momento, al igual que cuando entró en mi vida el feminismo, mi forma de mirar el mundo cambió. Descubrí que la sociedad dificulta que podamos criar como necesitamos y merecemos, que se prioriza la producción al cuidado y la reproducción, que se maltrata y se invisibiliza continuamente a la infancia. La sensación de criar así era desgarradora, insoportable. Así que paré mi mundo, y me bajé.

Es decir, dejé mi trabajo y estuve un tiempo replanteándome qué vida quería llevar. Y mientras, tuve a mi segunda hija, en un embarazo, parto y posparto conectado, sin prisa, en casa, en familia. Descubrir de lo que era capaz, de mi inmenso poder como mujer, me trajo una nueva forma de mirar el futuro. A partir de ese momento supe que necesitaba hacer ver al mundo, a las mujeres, que otro orden era posible, que juntas podemos lograr un mundo que ponga en el centro a la humanidad.

No te voy a engañar: hay días que leo las noticias y parece imposible. Pero entonces me conecto con ese momento en el que miré a mi hija en mis brazos, nada más salir de mí, entre emocionada e incrédula, y me dije “eres una diosa”, y vuelvo a recargarme de energía, la que quiero transmitir a todas las mujeres con las que me cruzo para contribuir a la revolución feminista que ya iniciaron nuestras ancestras.

Sueño con un futuro en el que mi hija (y todas las hijas) puedan ser ellas mismas, vivir con plenitud, responsabilidad y libertad todas las facetas de su vida que quiera explorar, en una sociedad libre de estereotipos sexistas y violencias machistas.

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